1955: Golpe de Estado para ingresar al Fondo Monetario Internacional

Los golpistas de septiembre de 1955, comenzaron a cocinar a fuego lento la nueva sublevación, después del intento de septiembre del ‘51. Aquel movimiento que buscaba congelar la reelección de Perón, lo encabezó un General retirado desde 1942, Benjamín Menéndez. El viejo oficial se había reunido con algunos dirigentes de la oposición (Arturo Frondizi, Amérco Ghioldi, Horacio Thedy y Reynaldo Pastor). Pero el oficial no tenía el apoyo absoluto de los hombres del Ejército, para ejecutar un nuevo golpe.
El sector que lideraba el General Eduardo Lonardi, quería terminar con Perón, pero no con el peronismo; quería sostener cada uno de los derechos laborales que se multiplicaron en la Argentina, a partir de 1943. Menéndez pretendía volver a la semi esclavitud, que reinó hasta la década infame.
“Menéndez: En lo concreto…, ¿queremos saber si usted va a ser de la partida?
Lonardi: No creo que estén dadas las condiciones.
Menéndez: Eso vino a decirme. En un golpe militar es difícil predecir un
resultado. Lo que cuenta es la decisión de vencer.
Lonardi: Acláreme esto. Si usted como cree vence, ¿qué piensa hacer?
Menéndez: Derogar la Constitución del ’49, reimplantar la de 1853, destruir todo el aparato peronista, aniquilar ese régimen de matones y corruptos.
Lonardi: ¿A que llama régimen peronista?
Menéndez: Usted lo sabe bien. Censura, cierre de los diarios independientes, la delación, la insolencia de la plebe y las torturas. ¿O necesito decirle que la policía peronista tortura?
Lonardi: No, estoy al tanto de eso. Usted sabe que yo odio a Perón y a su régimen, pero no puedo estar de acuerdo con usted.
Menéndez: ¿Cómo?
 Lonardi: Hay que derrocar al régimen peronista, pero hay que mantener sus medidas sociales.
Menéndez: ¿Medidas sociales? Todas fueron producto de la más descarada demagogia.
Lonardi: Lo que el peronismo hizo en el terreno social, debe ser mantenido; sino el país no se arregla.
Menéndez: El país no se arregla si dejamos en pie, una sola de las medidas que el peronismo implantó.
Lonardi: No es así. Todos queremos derrocar al régimen peronista, pero usted lo quiere reemplazar con otra dictadura, rencorosa y vengativa. Yo no. Lo siento mucho, pero no puedo acompañarlo. Buenas tardes.
Menéndez: Peronista de mierda”
(Diálogo entre Menéndez y Lonardi, que imaginó José Pablo Feinmann en la película “Eva Perón”, 1996).
El choque de los dos generales, impulsó a Menéndez a saltar sin red sobre el gobierno justicialista y la rebelión fue rápidamente superada. La muerte de un cabo leal al gobierno, fue el saldo negativo de aquella aventura golpista. Perón encarceló a muchísimos apellidos que fueron protagonistas de dictaduras futuras (Alejandro Agustín Lanusse, Julio Alsogaray, Tomás Sánchez de Bustamante y Alcides López Aufranc) y decretó la pena de muerte para todos los que soñaran con nuevos levantamientos.
“El 28 de septiembre de 1951, se registró un levantamiento armado contra Perón. Lo encabezó el General Benjamín Menéndez que salió de Campo de Mayo al mando de 3 tanques y un par de centenares de hombres. La tentativa fue rápidamente sofocada” (Película “La República perdida”).
Mientras el peronismo resistía el primer intento golpista, la salud de Evita se apagaba en la residencia presidencial de Austria y Libertador. Cuando supo lo que había sucedido, pidió hablarle al país. Cuenta la leyenda que después de una transfusión de sangre, emitió su mensaje por Radio del Estado. “El General Perón acaba de enterarme de los acontecimientos producidos en el día de hoy. Por eso, no he estado esta tarde con los descamisados en la Plaza de Mayo de nuestras glorias. No quiero que termine este día memorable, sin hacerles llegar mi palabra de agradecimiento y de homenaje, uniendo así mi corazón de mujer argentina y peronista al corazón de mi pueblo, que hoy ha sabido demostrar la grandeza de su alma y el heroísmo de su corazón. El pueblo argentino tiene derecho a ser respetado y a ser defendido en su voluntad soberana, en sus derechos y en sus conquistas, porque es lo mejor de esta tierra. Y lo mejor de este pueblo que es Perón, tiene que ser defendido así como hoy, por todo su pueblo”.
Evita sabía que los golpistas habían dado el primer paso y comenzó a pensar en milicias obreras para defender al Gobierno. Para ella, Perón había elegido el peor camino para desactivarlos: prisión en unidades militares. Le compró armas al príncipe Bernardo de Holanda y buscó a militares leales para que se hicieran cargo de la instrucción. El plan se fue muriendo, con ella…
El peronismo derrotó a los opositores en las urnas por segunda vez, con más del 60 por ciento de los votos. “Siempre que yo he hablado al pueblo, más que órdenes he impartido consejos. Un presidente que aconseja, más que presidente es un amigo” (Juan Domingo Perón, después del triunfo electoral del ’51).
Los herederos que buscaron derrocar a Perón en el 1951, comenzaron a soñar desde el comienzo de la segunda presidencia, con el derrocamiento del ’55. “Ha terminado el sistema de ocultación de la verdad. El país tiene que conocerla por más que sea cruda y penosa. 10 años de irresponsabilidad y corrupción, nos han llevado a la situación más desastrosa de nuestra historia económica. El país se ha empeñado en hacer lo que nadie puede cumplir. Impulsado por una tremenda insensatez, ha tratado de consumir más de lo que producía” (General Eduardo Lonardi, luego de asumir como el primer dictador de la Libertadora).
El plan golpista se puso en marcha en abril de 1955, a partir del creciente enfrentamiento de Perón con la Iglesia. Las razones de fondo siempre fueron económicas (volver al modelo de colonia que reinó hasta la “Decada infame”), pero las causas de superficie, eran políticas: “Terminar con un tirano, al que era posible derrocar en las urnas”).

EL PERONISMO, UNA NUEVA RELIGION: El 14 de abril se suspendió en todas las escuelas la enseñanza obligatoria de religión y moral. El 20 de mayo se suprimió por ley la exención de impuestos a los templos y organizaciones religiosas. Por último, se llamó a una Constituyente para separar a la Iglesia del Estado.
Cuando la Iglesia se puso en pie de guerra, los militares y la oposición, también.
“Las diferencias comenzaron a profundizarse, después de la procesión de Corpus Chisti. No se trataba de un enfrentamiento con toda la Iglesia, sino con un grupo liderado por los monseñores Tato y Novoa, que luego fueron expulsados por el Gobierno popular. Utilizaron para acelerar la pelea, el deseo de Perón de aprobar en el Parlamento el divorcio vincular. Ese fue el detonante para que un sector de la Iglesia, acompañara a los grupos más reaccionarios de la sociedad argentina. Algunos generales, entre ellos Videla Balaguer, jefe del Liceo Militar, que había apoyado la figura de Perón, pasaran a formar parte de los grupos contra revolucionarios del cambio social y político, que el peronismo representaba en la República.  
El 16 de junio fue un verdadero atentado a la vida, contra inocentes que participaban en la Plaza de un acto de desagravio a la bandera. Fue un hecho vandálico, miserable, criminal. Perón intentó minimizar el número de muertos, pero leyendo La Nación del 17 de junio, me enteré que los muertos eran entre 350 y 400”
(Lorenzo Pepe, en 1955 trabajador ferroviario).
El peronismo dejó en manos del laico, José Maccioli, la relación con la jerarquía católica en la campaña electoral del ’45. Maccioli, que tenía muy buen diálogo con muchos sacerdotes y obispos, trabajó profundizando las diferencias de la Iglesia con el comunismo y el socialismo, que integraban la Unión Democrática.
El 15 de noviembre de 1945, Monseñor Copello le apuntó a las intenciones de la fórmula Tamborini-Mosca, cuando condenó a las fuerzas políticas que sostenían en sus programas tres puntos claves: la separación de Iglesia y Estado, divorcio vincular y la anulación de la Enseñanza Religiosa en las escuelas públicas.
En enero del ‘46, una carta pastoral del arzobispo Zenobio Guilland de Paraná, prohibía afiliarse o votar por partidos o candidatos que sustentaran estas banderas: “La iglesia no se mete en política, pero cuando la política toca al altar, entonces sí puede y debe inmiscuirse en ella, señalando a los católicos cuáles son deberes”.
“Si bien la jerarquía de la Iglesia no está enamorada de Perón y no confía mucho en él, frente a la opción de la Unión Democrática, encuentra en su figura al mejor candidato. En la campaña electoral, Perón citó permanentemente las encíclicas papales, las encíclicas sociales; por lo tanto aparecía como una oferta mucho más potable que la alianza donde convivían el Partido Socialista, el Partido Comunista y la Unión Cívica Radical. La opción fue bastante clara para la Iglesia”
(José Zanca, investigador del Conicet).
El primer choque entre la Iglesia y el peronismo, llegó con la reforma constitucional del ’49. La Iglesia no tuvo el rol que esperaba, en el nuevo proyecto de país y comenzó a cocinar a fuego lento, la batalla final.
“Desde el mismo momento en que Perón llegó al poder, comenzaron los conflictos a través de una tensión silenciosa. El peronismo no fue lo que creía la conducción de la Iglesia e incluso muchos católicos. El punto de ruptura fue sin duda, la reforma constitucional del ’49; porque los católicos esperaban otro protagonismo en la nueva Carta Magna. Ese texto no declaró a la familia célula indisoluble, no le otorgó un rango constitucional sobre el individuo y mantuvo la cláusula de la soberanía popular. En síntesis, no llevó adelante ninguna de las reformas que pedían los constitucionalistas católicos.
Buena parte de aquella militancia católica pertenecía a los sectores medios de la sociedad y ellos se enajenaron del peronismo muy rápidamente. ¿Qué influyó más para que esos católicos abandonen el peronismo, su condición de clase media o su confesión católica? Posiblemente ambas cosas.
La relación entre el peronismo y los católicos, se fue enfriando cada vez más; pero los grandes referentes mantenían buen diálogo con el gobierno. Los cardenales Antonio Caggianoy Copello, las dos cabezas más importantes de la Iglesia argentina en ese momento, tienen muy buena relación con Perón y Eva Duarte. Y hasta el año ’54, trataron de evitar el conflicto abierto”
(José Zanca).
El antiperonismo se agrupó detrás de Monseñor De Andrea y el padre José María Dumphy, sacerdote de la Iglesia San Agustín de Liniers. Con el peronismo en el poder, el cardenal Santiago Copello destituyó al párroco rebelde, que antes de las elecciones del ’46, acusaba a Perón desde el púlpito, de querer instaurar en la Argentina otro régimen nazi.
“Son los laicos católicos los que están en abierta oposición. Durante el ’54, pero fundamentalmente a partir de noviembre, cuando Perón lanzó ese famoso discurso en el que le habló a los gobernadores señalando que hay obispos y curas que están haciendo política. En ese momento, la mayoría del laicado católico está desvinculado del peronismo. Comenzó una campaña de panfletos que circulaban de manera clandestina, en los que se atacaba al peronismo y se ridiculizaba al presidente, utilizando la mitología antiperonista de la época.
La dinámica de ese conflicto, tiene que ver con las sospechas del propio Perón respecto de la verdadera lealtad de la Iglesia. El presidente nunca entendió las pretensiones de autonomía política de la conducción eclesiástica respecto del poder y no soportó que por encima de su crecimiento material en ese período (construcción de seminarios, iglesias, etc.), la Iglesia no se convirtiera en peronista.
Paralelamente, el peronismo comenzó a desarrollar en los años ’50 su propia religiosidad. Empezó a constituirse en sí mismo, en una forma de religiosidad laica. Entonces los peronistas comenzaron a preguntarse, ¿para qué hay que pertenecer a la Iglesia Católica? ¿No alcanza con ser peronista? ¿Para qué existe la Acción Católica o la Juventud Obrera Católica? 
Esa doble pertenencia hizo crisis, ante el proyecto de control de las organizaciones sociales que anida en algunos dirigentes y la muy buena relación que nació en 1946, terminó en un gran enfrentamiento”
(José Zanca).
Coincidiendo con una histórica orden vaticana, de crear en los países occidentales el Partido Demócrata Cristiano, para incorporarse a la vida política de los Estados; nació la batalla final con el peronismo.
“La Iglesia se convirtió en el eje de una oposición mayoritariamente laicista y junto a la Unión Cívica Radical, el socialismo y el comunismo, encabezó la procesión de Corpus Christi del ’55. Los tres partidos lideraron el protagonismo ateo en aquella histórica marcha religiosa, donde lo político ocupó el centro de la escena.
Por otra parte, las diferencias en la interna del movimiento peronista, estuvieron soterradas durante casi diez años y muchos de los grupos que lo conformaron tenían origen anticlerical. Pensemos en Angel Borlenghi, ministro del Interior de Perón que venía del Partido Socialista. No fue casual lo que pasó en 1955, ya que existió una decisión política de enfrentar a la Iglesia, pero en el marco de una pelea que no partió desde un Estado ateo, sino que surgió desde un gobierno que se reivindicaba mucho más cristiano que los católicos. Un Estado que cuestiona a la Iglesia, desde los principios cristianos. Por eso en el enfrentamiento del ’55, la jerarquía eclesiástica tuvo como aliados, a sectores que nunca le cayeron muy bien”
(José Zanca).«Al despertar de un desmayo que duró más de tres días, Evita tuvo al fin la certeza de que iba a morir. Se le habían disipado ya las atroces punzadas en el vientre y el cuerpo estaba de nuevo limpio, a solas consigo mismo, en una beatitud sin tiempo y sin lugar. Sólo la idea no le dejaba de doler. Lo peor de la muerte no era que sucediera. Lo peor de la muerte era la blancura, el vacío, la soledad del otro lado: el cuerpo huyendo como un caballo al galope. Aunque los médicos no cesaban de repetirle que la anemia retrocedía y que en un mes o menos recobraría la salud, apenas le quedaban fuerzas para abrir los ojos. No podía levantarse de la cama por más que concentrara sus energías en los codos y en los talones y hasta el ligero esfuerzo de recostarse sobre un lado u otro para aliviar el dolor, la dejaba sin aliento. No parecía la misma persona que había llegado a Buenos Aires en 1935 con una mano atrás y otra adelante y que actuaba en teatros desahuciados por una paga de café con leche. Era entonces nada o menos que nada: un gorrión de lavadero, un caramelo mordido, tan delgadita que daba lástima. Se fue volviendo hermosa con la pasión, con la memoria y con la muerte. Se tejió a sí misma una crisálida de belleza, fue empollándose reina, quién lo hubiera creído». (“Santa Evita”, de Tomás Eloy Martínez).
“En una campaña electoral, entramos a un rancho con piso de tierra. Me llamó la atención una imagen de Eva Perón con una vela y le pregunté a la señora que vivía en el lugar, por qué esa veneración. Y me contestó que para ella era una santa, aunque la Iglesia nunca lo iba a reconocer”
(Lorenzo Pepe).
El padre Hernán Benítez, fue el confesor de Evita; el cura que dejó la Compañía de Jesús para convertirse sin cobrar un peso, en “Director espiritual”, de la Fundación Eva Perón. Benítez se encargó de reunir a 130 religiosas y 62 capellanes, para trabajar con la Fundación en todo el país.   “En enero de 1950, mientras asistía a la inauguración del Sindicato de Taxistas, Evita experimentó un ligero desmayo. Al día siguiente fue operada de apendicitis. El doctor Oscar Ivanisevich percibió algún síntoma de la futura neoplasia. Le aconsejó hacerse análisis a fondo y atemperar febriles actividades. Evita por supuesto, hizo caso omiso de estos mandatos. Nunca tan fuerte, ni tan hermosa como en aquellos meses. Realizó una larga gira por las provincias del norte, inaugurando policlínicos, hogares escuela, sindicatos, proveedurías…, hablaba hasta por los codos. Perón decía por entonces que la única capaz de hacer una revolución popular y derrocarme, es mi mujer” (Padre Benítez).
En el primer capítulo de la historia del odio antiperonista, que cerró con “Viva el cáncer” y “Cristo vence”, Evita enfrentó a las Damas de la Caridad que operaban como un apéndice católico del gobierno de turno. En 1946 sólo el 5% de los fondos de las Damas de la Caridad estaban destinados a obras, mientras que el 95% restante, representaba los sueldos de la cúpula de la organización.
“- Llevamos varias horas esperando, señora.
– ¿Puedo saber su nombre?
– Mercedes Ortiz de Achával Junco y por si tampoco lo sabe, soy la presidenta de la Sociedad de Beneficencia.
– Que apellidos no…, tan agrarios, tan terratenientes. Hasta tienen olor a bosta de vaca.
– No le permito.
– ¿Cómo? En serio usted cree que hay algo que puede no permitirme
– Ante todo, la próxima vez no vamos a permitirle que nos haga esperar tanto.
– ¿Su nombre señora?
– Guillermina Bunge de Moreno.
– Más bosta de vaca.
– ¿Qué se ha creído usted?
– Señora, no ignorará usted que la esposa del presidente de la Nación, ha encabezado siempre la Sociedad de Beneficencia…
– No, no lo ignoro
.
– Pero esta vez creemos que no será así.
– ¿Por qué?
– Porque es usted muy joven señora y el criterio y la sensatez, solo vienen con los años.
– Estoy de acuerdo señoras, es más, les ofrezco una solución. Nombren a mi madre entonces. Ella tiene los años y todas esas cosas que ustedes quieren. Porque no decimos la verdad señoras. Ustedes no me quieren acá, ni en ningún otro sitio porque andan diciendo por ahí que yo soy una actriz, una trepadora, una ignorante y una cualquiera. Y está muy bien señoras… Pero óiganme bien: yo no las necesito, ¿está claro? Es más, somos enemigas. Así que la próxima vez no van a esperar tres horas, van a esperar muchas más.
Tanto que ni siquiera van a ser recibidas. De modo que es mejor que no vuelvan. Buenos días.
Ah! Y si cuando salgan de acá van a estar diciendo por ahí que soy una resentida, díganlo nomás. El resentimiento es justo y maravilloso, porque me aleja de ustedes y me acerca al pueblo. Vayan a descansar a sus estancias, señoras. Queda disuelta la Sociedad de Beneficencia. El pueblo no necesita más la limosna oligárquica. Ahora me tiene a mí”.
(Película “Evita”, de Juan Carlos Dezanzo, sobre textos de José Pablo Feimann. Declaración de guerra de Evita a las damas Rosadas, en la Casa de Gobierno).
Los aviones que bombardearon la Plaza de Mayo en junio de 1955, causaron más de 300 muertes, con el “Cristo vence”, pintado en sus Gloster.
“Hay una especie de mística en el ’55, que hoy la podemos ver de una manera aberrante; mensaje que operó para legitimar ese golpe de Estado mal bautizado Revolución. Entre los que conspiraban contra Perón, estaban los representantes de la Iglesia que veían en el derrocamiento, la única forma de terminar con el gobierno. La Iglesia obligó a salir a la calle a sus sacerdotes vestidos como religiosos, para que siguieran la vida de Cristo. Les ordenó no tener miedo, porque por algo eligieron ser sacerdotes” (José Zanca).
En la primera gran división entre los dictadores del ’55, que generó el golpe dentro del golpe, también apareció la Iglesia Católica.
“El golpe tuvo un primer gobierno muy breve, con el General Lonardi al frente, un devoto católico cordobés; porque los sectores más liberales del Ejército y la Armada, desplazaron a ese primer ensayo que intentaba rescatar lo bueno del peronismo. El proceso de Aramburu, igualmente tuvo muy buena relación con la Iglesia católica. Recordemos que a finales de 1955 se dictó el famoso decreto que habilitó la existencia de universidades privadas, favoreciendo claramente a la Iglesia que por entonces ya estaba proyectando las propias”.

“El crecimiento de la oposición se da a partir de la participación del alto clero y de sectores de la Iglesia que comienzan a conspirar contra Perón. Días previos al bombardeo, se realizado la procesión de Corpus Chisti. Caía jueves y pidieron autorización al Gobierno para hacerla el sábado, con la intención de convocar a más gente. La procesión salió de la Catedral de la Ciudad de Buenos Aires, la oposición concurrió masivamente y no solo fueron católicos, había socialistas, comunistas, radicales y laicos, que se unieron en torno a la Iglesia, que era el factor aglutinante en ese momento. Desbordó la Catedral, la gente comenzó a ocupar parte de la Plaza de Mayo y luego se realizó una marcha hacia el Congreso. Cuando llegaron al Parlamento, según la versión del Gobierno, quemaron una bandera argentina. La oposición desmintió el hecho y dijo que lo hizo el peronismo para después pasarle a ellos la factura. Esto motivó que al día siguiente, 16 de junio, el oficialismo organizara un acto de desagravio en la Catedral y esa jornada fue aprovechada por la oposición para realizar el bombardeo.
Estaba previsto que aviones de la aeronáutica, iban a volar sobre Plaza de Mayo, como un acto de desagravio a la bandera y a San Martín. La gente que estaba en el lugar, había llegado para participar de ese acto y cuando vieron aparecer los aviones, creyeron que iban a tirar flores sobre la Catedral lo que cayeron fueron bombas. La primera reacción de la multitud fue correr hacia la Casa de Gobierno, creyendo que era el más seguro, lo que prueba que nadie esperaba lo que finalmente sucedió. La intención de los sublevados era derrumbarla.
Esa jornada marca el inicio de un ciclo de violencia institucional contra el pueblo”
(Gonzalo Chávez).    

BOMBAS SOBRE UN MODELO DE PAIS: “Murieron más de 350 personas y hubo más de 2 mil heridos, muchos de ellos mutilados, en aquel levantamiento de un sector de la Marina y parte de la Aeronáutica, que se proponían matar a Perón. La metralla y las bombas cayeron sobre Plaza de Mayo, la Casa de Gobierno, el edificio de la CGT, el viejo Ministerio de Obras Públicas, en Av. 9 de Julio y Belgrano y sobre la residencia presidencial, en el predio que hoy ocupa la Biblioteca Nacional (Gonzalo Chávez). Después del bombardeo y a través de Radio del Estado, Juan Domingo Perón señaló que “Algunos jefes de la Armada pertenecientes a la Infantería de Marina con la complicidad de otros de la Aviación Naval, contando con la injuria del Ministerio de Marina y la debilidad o deslealtad de otros comandos, han provocado la sedición que fuerzas del ejército han sofocado en cumplimiento de su deber”. El presidente responsabilizó como autores intelectuales, a dirigentes de la Unión Democrática y sentenció que aquellos crímenes fueron “producto de un odio enfermizo, una ambición espuria y de una inconsciencia criminal de hombres subalternos poco menos que ignorantes y torpes, incapaces de ganarse siquiera nuestro respeto.
Las fuerzas que se alzaron contra Perón, contaban con el apoyo de la Base Naval de Punta Indio y el Batallón de Infantería BIM4, con asiento en Puerto Nuevo en Buenos Aires y parte de la oficialidad de la Aeronáutica. El jefe de este levantamiento fue el contraalmirante Samuel Toranzo Calderón y el comandante del BIM3, Benjamín Gargiulo; quien luego de rendirse, se suicidó en el Ministerio de Marina. Por vergüenza o por dignidad, se pegó un tiro.
El Capitán de Fragata, Néstor Noriega, jefe de la Base de Punta Indio, fue el encargado de tirar la primera bomba. Ese 16 de junio de 1955 a las 12:40, Noriega dejó caer 100 kilos de explosivos sobre Plaza de Mayo, piloteando un Beechcraft de la Marina.
El Capitán de Corbeta, Santiago Sabarots, fue uno de cien pilotos que después se refugiaron en Uruguay. Otros fueron el Teniente de Navío, Carlos Massera (hermano de Emilio Eduardo), el Teniente de Navío, Ricardo Moreno Quirno y el Guardiamarina, Miguel Angel Grondona”
(Gonzalo Chávez).
“Mutilados, los cuerpos que nunca volverían al hogar, inundaban con su sangre las alcantarillas. Los aviones regaban la metralla sobre la indefensa multitud laboriosa de ese día. Entre los muertos 40 niños de guardapolvo. Habían llegado desde el interior. En la estación Retiro treparon en alborozo de canticos y risas a un trolley. Venían a conocer Buenos Aires. Los habían premiado y ese mediodía los recibiría el general, los recibiría la voz que le llegaba a través de los parlantes de la plaza de su pueblo, la voz que los amaba, que los privilegiaba. Ellos lo sabían, lo vivían en la alegría de sus hogares laboriosos, humildes, buenos. En sus mesas bien tendidas, en el orgullo trabajador de sus padres buenos. 40 niños de guardapolvo. Tal vez asombrados al oír el rugido de los aviones, miraron al cielo con orgullo a esos pájaros de acero que venían atropellando nubes. Tal vez pensaron, vuelan para nosotros esos pájaros son nuestros, son parte de la fiesta porque vamos a ver al General. Nunca llegarían. Pasaron del bullicio a la noche. Estallaron al impacto certero de una bomba que quería matar al General. 380 muertos, sin contar las palomas y la alegría de un pueblo que nunca más sería el mismo. Y la llovizna mezclada con la sangre, anegaba las alcantarillas. Eran las 16. Con furia demencial, los traidores descargaban las últimas bombas y metrallas sobre el horror de la inocencia”
(“Sinfonía de un sentimiento”). 

SIN CULPAS, NI CULPABLES: El camino elegido por el Gobierno, solo engendró impunidad para apellidos que después aparecieron en lugares claves de los golpes del 1955, 1966 y 1976.
“El 16 de junio de 1955, se inició un ciclo de violencia institucional contra el pueblo, que después se proyectó en el golpe de septiembre, en los fusilamientos del ‘56, en el Plan Conintes, en el golpe de Onganía, en Trelew y en el genocidio perpetrado por la última dictadura militar.
 La victoria de la Libertadora a tres meses del crimen de junio, legitimó el bombardeo y la impunidad de la que gozó el hecho, alimentó el genocidio del ’76.
Perón pensó que la mejor forma de apagar el enfrentamiento, era ofrecer reconciliación y los golpistas lo leyeron como un signo de debilidad”
(Gonzalo Chávez).
En esta como en otros hechos similares de nuestra historia, la impunidad transformó a algunos militares, en arquitectos de golpes futuros.
“En Montevideo, el militar que estaba esperando a los aviadores era el joven teniente Suárez Mason, que estaba refugiado en Uruguay desde el intento golpista de Menéndez en 1951. Hay actores del bombardeo del ’55, que luego se repiten en los golpes de 1966 y 1976 (Gonzalo Chávez).
Otros dos protagonistas del bombardeo, fueron Emilio Massera, por entonces secretario del jefe de la Marina, Aníbal Olivieri y el por entonces capitán Osvaldo Caccitore, piloto de uno de los aviones que terminaron en Montevideo. 
“Entrevisté a un dirigente sindical de los gráficos de La Plata, que el 16 de junio del ’55 marchó a Plaza de Mayo por orden de la CGT. Cuando llegó vió muchos cuerpos quemados y pensó que habían tirado bombas napalm; pero en esa época no existían. Un aviador contó que cuando se le acabaron las bombas, tiraron los tanques de nafta” (Gonzalo Chávez). 
“Nosotros conformábamos un movimiento que llegó al Gobierno, a través de las dos terceras partes del electorado argentino. Una mayoría que después, se convirtió en casi el 70% de los votos. Nuestro compromiso era realizar las reformas revolucionarias que habíamos propugnado desde la revolución, mediante un sistema incruento. En consecuencia, cuando se produjeron los primeros actos de violencia subversiva por parte de algunos generales especialmente, nosotros debimos someterlos a la Justicia. Fueron condenados a prisión y así quedaron las cosas.
Indudablemente, si hubiéramos contestado a la violencia con más violencia, deberíamos haberlos fusilado y quizás entonces, habría terminado todo. Así llegamos al 16 de septiembre de 1955, cuando también se levantaron algunos generales. Nosotros podríamos haber aplastado perfectamente bien eso. Recuerdo que en una reunión con mis asesores directos en la Secretaría de la Presidencia de la República, el General Sosa Molina que era el secretario General de la Presidencia, me dijo: ‘Si yo fuera Perón, pelearía’. Yo le contesté: ‘Si yo fuera Sosa Molina, también pelearía’. Pero sobre mis espaldas pesaba una grave responsabilidad, que yo debía defender en ese momento con toda mi autoridad. Resolví no hacer nada. Pensé que no hay nada superior que la Nación y frente a la posible depredación violenta de todo lo que veníamos realizando durante 9 años, era preferible ceder. No quería llevar al país a una guerra civil, ni a una lucha cruenta. Había que dejar que ellos hicieran lo que quisieran y si el justicialismo tenía razón iba a volver. Pero si no tenía razón,  quizás era mejor que no volviera. Han pasado casi 13 años desde ese momento e indudablemente el tiempo me ha hecho cambiar de opinión y hoy creo que cometí un grave error. Debí haber decretado la movilización, fusilar a todos los generales y oficiales rebeldes, que estaban en la traición y dominar a esa revolución violentamente, como violentamente nos arrojaron del poder.
Si en este momento tuviera que hacerlo lo haría, porque ahora sé que esa gente llegó para hacer el más grave daño que se le pudo hacer al país. Yo nunca pensé que podría haber argentinos tan poco patriotas, que podían conducir al país hasta donde lo han conducido. Por eso hoy después de 13 años, me afirmo en la necesidad de haber exterminado al enemigo; porque no era solo nuestro enemigo, también era el enemigo de la República”
(Juan Domingo Perón, Madrid 1968).
Hasta 2008 cuando fueron inmortalizados en un monumento, levantado en el mismo lugar en el que los encontró la muerte, no hubo recuerdos, ni homenajes colectivos, para ese grupo que se identificaba con un rótulo cercano a la verdad: Más de 300…
Sólo sobrevivieron en blanco y negro, las imágenes de los cuerpos mutilados y calcinados, como un documento que junto a la memoria de los sobrevivientes, prueba la existencia de ese día inimaginable y el mármol herido del ministerio de Economía.
“Los 30 aviones criminales huyeron al Uruguay. Eran las 16 horas. Había que matar al general. Esa era la consigna. Tal vez lo lograron en parte, al ametrallar a sus hijos. Y la lluvia continuó durante 15 días” (“Sinfonía de un sentimiento”).
“Yo quiero que mis primeras palabras, sean para encomiar la acción maravillosa que ha desarrollado el Ejército. Han manifestado ser verdaderos soldados. Desgraciadamente no puedo decir lo mismo de la Marina de Guerra, que es la culpable de la cantidad de muertos y heridos que hoy debemos lamentar los argentinos.
Como presidente de la República, pido al pueblo que escuche lo que voy a decirles: Nosotros como pueblo civilizado, no podemos tomar medidas que sean aconsejadas por la pasión y no por la reflexión. No podemos dejar de lamentar, como no podemos reparar la cantidad de muertos y heridos, que la infamia de estos hombres ha desatado sobre nuestra tierra. Por eso, para no ser criminales como ellos, yo les pido que estén tranquilos; que cada uno vaya a su casa. No quiero que muera un solo hombre más del pueblo”
(Juan Domingo Perón, 16 de junio de 1955).
Muchos de los aviadores navales que bombardearon Buenos Aires, horas antes de partir hacia Plaza de Mayo, no sabían cuándo ni cómo matarían a Perón. Solo tres de sus jefes conocían el plan: La aviación naval atacaría la Rosada, cuando Perón estuviera reunido con su «estado mayor». Se encontraba con ellos cada 15 días, los miércoles a las 10 de la mañana. Pero la clave del plan, pasaba por el apoyo terrestre.
Después del último vuelo, se activarían los comandos civiles. Cerca de 500 hombres que durante la mañana debían permanecer a 5 o 6 cuadras de la Plaza. Los civiles tomarían la Casa de Gobierno, ingresando por su puerta principal y cerca de 300 infantes de Marina, lo harían por la del Río de la Plata. Los dos grupos se encargarían de reducir a los 40 Granaderos de la guardia presidencial. La diferencia no era sólo numérica, porque los golpistas contaban con armas automáticas.
“Un conscripto que fue infante de Marina en Río Santiago, me contó que 5 o 6 meses antes del 16 de junio de 1955, en el último viaje de los cadetes a bordo del buque escuela ‘Bahía Thetis’, la Marina trajo de contrabando las armas automáticas que utilizaron los sublevados.
El director de la Escuela Naval Militar de Río Santiago, era el Almirante Isaac Rojas. Compraron fusiles semiautomáticos, con un poder de fuego muy superior al viejo fusil Mauser que tenía el Ejército y que disparaba uno a uno.
También me contó que dos días después del bombardeo, convocaron al comedor a todos los infantes de Marina y pasaron una película donde se veía el bombardeo desde los aviones”
(Gonzalo Chávez).
Después del bombardeo, una junta cívico-militar controlaría el poder, liderada por tres apellidos: Adolfo Vicchi (mendocino, conservador); Américo Ghioldi (dirigente del Partido Socialista, exiliado en el Uruguay) y Miguel Angel Zavala Ortiz («unionista» del radicalismo).
“Otro hecho que muestra la crudeza del ataque, fue la bomba que cayó sobre un trolebús que hacía el recorrido entre Lanús y Pacífico. Cuando pasaba por detrás de Plaza de Mayo, una bomba penetró por el techo y mató a cerca de 50 pasajeros, entre ellos escolares.
El porcentaje de muertos más alto, correspondió a gente de trabajo”
(Gonzalo Chávez).
Pero el plan tenía tres puntos débiles: las muertes de centenares de hombres y mujeres en la Plaza; la reacción popular en defensa de Perón y el incierto rumbo que tomaría el Ejército. Sobre este último punto, los golpistas apenas habían logrado la adhesión del General León Bengoa, que partiría rumbo a Buenos Aires con una división de Infantería procedente de Paraná, luego del bombardeo.
En síntesis los rebeldes causaron más de 300 muertes; miles de personas salieron a apoyar el Gobierno y Bengoa se quedó en Entre Ríos.
“Cuando se rindió el ministerio de Marina y Toranzo Calderón se encontraba en el lugar dirigiendo todo el operativo, el titular de la Armada el Contralmirante Aníbal Olivieri, se comunicó con el General Lucero, que estaba en el Ministerio de Guerra. Olivieri anunció que se iban a rendir, pero puso como condición no hacerlo ante los civiles y reclamó que fueran retirados de la puerta del edificio. ‘Son guerrilleros adiestrados’, dijo el marino. El Ejército limpió la zona y se rindieron.
Entonces la gente se reunió en Plaza de Mayo y cuando la Marina ya se había entregado, pasó el último avión rumbo a Montevideo dejando caer sus bombas sobre la Plaza. Esa máquina según los diarios de la época, estaba conducida por un teniente de la Aeronáutica de apellido Caruso, un hombre de Tandil”
(Gonzalo Chávez).
La gran mayoría de oficiales y suboficiales del Ejército, el 16 de junio de 1955, fueron leales a Perón.
Por Radio del Estado, el mensaje del General Franklin Lucero, ministro de Guerra, intentó pintar que todo había pasado, que había regresado la calma: “Vuelve hoy el Ejército a sus cuarteles, de los que salió el día 16 en defensa de la Constitución, las leyes y las autoridades legítimamente constituidas”.
El bombardeo no terminó con Perón, pero dejó muy mal herido a su Gobierno. El golpe llegó tres meses después…
Para Gonzalo Chávez, ese día nació la “Resistencia Peronista”. “El 16 de junio de 1955, contó con un gran protagonismo del pueblo, en defensa del Gobierno constitucional y ese día se puso de pie la Resistencia Peronista y se puso en marcha el ciclo de violencia institucional contra el pueblo. La organización popular los llevó primero a la sede de la CGT y luego a Plaza de Mayo. Llegaron a ser alrededor de 30 mil en la plaza. Cuentan que muchos cuando pasaron por armerías, las asaltaron para  enfrentar a los aviones, pero la mayoría salió a defender a Perón con palos en las manos. La respuesta del Ejército fue lapidaria: Muchachos vayan a sus casas, esta es una cuestión entre militares” (Gonzalo Chávez).
No hubo Justicia, las muertes aún no tienen responsables… ¿Qué pasa cuando el recuerdo se diluye y la historia desaparece? ¿Qué pasa cuando 300 muertes, no tienen nombre, ni apellido en la historia? “Un día fui a un acto de Derechos Humanos en la Universidad de La Plata, en la carrera de Trabajo Social y estaba Laura Bonaparte, Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Ella en un momento dijo, ‘alguno de ustedes, ¿puede darme un nombre de los más de 300 muertos en Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955?’. Silencio total. Y finalizó planteando: ‘Este es el valor de la memoria. Si nadie recuerda, si no hay una placa, si no hay un monumento, la historia se olvida’. Así de simple” (Gonzalo Chávez).
La Libertadora produjo un corto de 10 minutos, que se veía en todos los cines del país. El título: “16 de junio: Bombardeo”. El diccionario de aquel relato guarda demasiadas similitudes, con frases y palabras, que a partir de ese momento atesoraron los distintos formatos de la derecha liberal argentina.
La película responsabilizaba a Perón, de aquella matanza: “Aquel 16 de junio de 1955, día señalado por la providencia, Buenos Aires amaneció como todos los demás aciagos días que lo precedieron durante una larga década de ignominia y de lágrimas. El alarido anticlerical, vibraba en todo el ámbito del sometido, la prensa amordazada puesta al servicio de un solo fin, batía su monocrónico parche dedicado al dictador; puesta de rodillas ante un ídolo erigido a costa de la libertad rayana en la esclavitud de todo un pueblo. Los pacíficos ciudadanos que transitaban por la Plaza de Mayo y sus adyacencias, cuan ajenos estaban a los acontecimientos que horas más tarde iban allí a desarrollarse. Por eso, a nadie llamó la atención de la presencia de aquel helicóptero, que ya a las 8 de la mañana había descendido frente a la Casa de Gobierno, sobre la Plaza Colón. Algo se estaba gestando, que el pueblo ignoraba. Tratábase de un ultimátum de la Marina de Guerra. Exigiendo punto final a tanta infamia o el inminente bombardeo a la casa gubernamental. Las víctimas y los destrozos materiales, inmolados en aras de un irrenunciable anhelo de libertad, quedaron como un elocuente testimonio de los horrores en que desembocan los oscuros caminos de la tiranía. Y aquel falso ídolo, erigido en su trono de oropel, sojuzgamiento y mentira, se conmovió en su base y en su estructura cimentada sobre un falso amor al pueblo y sistemáticos engaños, se produjeron las resquebrajaduras, precursoras de su fin.
El pueblo sufrido y laborioso, comprendió que había sido engañado; comprendió que a través de una maniobra incalificable, aquella mañana del 16 de junio había sido convocado a una cita con la muerte. En el alma nacional comenzó a latir un nuevo sentimiento, el eterno e inmortal sentimiento humano de repudio a la tiranía.
Los primeros que lo arriesgaron todo por sus anhelos de justicia y libertad humana. Los que expusieron sus vidas y la seguridad de los suyos, en holocausto de sus sentimientos de dignidad y tolerancia, fueron reducidos, degradados y encarcelados.
El tirano acalló un tiempo su ululante voz. Las fuerzas nacionales entonces se removieron en un incontenible anhelo hasta entonces ahogado. El pueblo salió a la calle, después de un letargo de dos lustros y se miró a los ojos, avergonzado de su pasividad e impotencia. Y allí comenzó el derrumbe del régimen nefasto. La nueva maniobra preconizando un anhelo de conciliación nacional, abrió el camino a la voz popular que no tardó en ser de nuevo acallada. Pero ya era tarde, el camino estaba trazado y su itinerario marcaba la senda que desembocó luego en la gloriosa gesta del 16 de septiembre de 1955”.
En la guerra de Malvinas, los aviones de la Armada tuvieron en jaque a la flota inglesa, pero sus bombas ya habían tenido su bautismo de fuego 27 años antes; cuando mataron a más de 300 argentinos indefensos, en tiempos de paz, en una ciudad abierta, para derrocar a un gobierno democrático.

LA COBARDIA DE BOMBARDEAR A CIVILES:
Las bombas sobre Plaza de Mayo, no fueron las primeras contra civiles en tiempos de paz. En enero de 1932, militares liderados por el Teniente Coronel Gregorio Pomar y civiles yrigoyenistas, se levantaron para terminar con el General Uriburu. Eduardo, Roberto y Mario Kennedy estancieros de La Paz en la provincia de Entre Ríos, tomaron el pueblo la madrugada del 3 de enero de 1932, cuando al primer dictador del siglo XX le quedaban cuatro meses en la Rosada. Estaba a punto de comenzar la “Década infame” y el poder real ya había decidido que el General Agustín P. Justo, sería el próximo presidente de la Nación.  
Los Kennedy bancaron la parada, mientras esperaban los refuerzos que finalmente nunca llegaron.  Entonces se fueron a su campo y se escondieron en “El quebrachal”, un lugar inaccesible al que solo entraban “los irlandeses”. El Ejército rodeó la zona con 400 hombres, pero los radicales no se entregaron. Ante el fracaso de la operación, la dictadura decidió atacar por aire. “Uriburu ordenó a Paraná, terminar con los Kennedy. Cuenta la leyenda, que la orden fue ‘quemarlos vivos’. El Ejército fletó aviones franceses Bleriot, para bombardear la zona el 6 de enero y durante casi 24 horas, ametrallaron el escondite y tiraron bombas de 70 kilos; poniendo en peligro la integridad de la familia y peones que vivían en el casco de la estancia. 
Los militares utilizaron el campo como pista de aterrizaje y base de operaciones para reaprovisionamiento. Dejaron de tirar cuando entendieron que de ese lugar, era imposible salir vivos: ‘Ya los quemamos’, sentenciaron los pilotos y suspendieron los vuelos entrada la noche. Pero el Ejército y la policía se quedó montando guardia” 
(Jorge Repiso, autor de “Los Kennedy”). En los enfrentamientos que decidieron la suerte de esta historia, murieron 6 hombres de uniforme y los Kennedy escaparon a un exilio de cinco años, hasta ser indultados por el presidente Ortiz; el segundo de la década infame.

En nombre de la República y las instituciones
SEMILLAS DE TERRORISMO DE ESTADO

“- ¿Qué nos van a hacer? – pregunta uno.
– ¡Camine para adelante! – le responden.
– ¡Nosotros somos inocentes! – gritan varios.
– No tengan miedo – les contestan. No les vamos a hacer nada.
Los vigilantes los arrean hacia el basural como a un rebaño aterrorizado. La camioneta se detiene, alumbrándolos con los faros. Los prisioneros parecen flotar en un lago vivísimo de luz. Rodríguez Moreno baja, pistola en mano.
A partir de ese instante el relato se fragmenta, estalla en doce o trece nódulos de pánico.
– Disparemos, Carranza -dice Gavino. Yo creo que nos matan. Carranza sabe que es cierto. Pero una remotísima esperanza de estar equivocado lo mantiene caminando.
– Quedémonos… -murmura. Si disparamos, tiran seguro. Giunta camina a los tumbos, mirando hacia atrás, un brazo a la altura de la frente para protegerse del destello que lo encandila.
Livraga se va abriendo hacia la izquierda, sigilosamente. Paso a paso. Viste de negro. De pronto, lo que parece un milagro: los reflectores dejan de molestarlo. Ha salido del campo luminoso. Está solo y casi invisible en la obscuridad. Diez metros más adelante se adivina una zanja. Si puede llegar… La tricota de Brión brilla, casi incandescente de blanca.
En el carro de asalto Troxler está sentado con las manos apoyadas en las rodillas y el cuerpo echado hacia adelante.
Mira de soslayo a los dos vigilantes que custodian la puerta más cercana. Va a saltar…
Frente a él Benavídez tiene en vista la otra puerta.
Carlitos, azorado, sólo atina a musitar: – Pero, cómo… ¿Así nos matan?”
(Rodolfo Walsh, “Operación Masacre”).

Las bombas sobre Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955, fueron el acta fundacional de la violencia política argentina, de la última mitad del siglo XX. “Nosotros éramos peronistas. El peronismo había unificado a los obreros que por primera vez, participaban del poder en la Argentina. El gobierno de Perón, terminó prácticamente con la dependencia del imperialismo. A su lado Eva Perón, conquistó con su obra, el cariño de los humildes. Eso lo sabíamos todos. Pero lo que significaba el peronismo para nuestros enemigos, recién lo empezamos a comprender, un año antes. El 16 de junio de 1955, los aviones se lanzaron sobre esa la Plaza de Mayo en Buenos Aires. Fue al mediodía. Sobre gente inocente cayó de golpe una lluvia de bombas y de balas. Allí vimos la verdadera cara de la oligarquía, del imperialismo y el peronismo empezaba a ser la carne masacrada del pueblo. La gente corrió a enfrentar a las ametralladoras con palos, pedían armas a los militares leales. No nos dieron armas, yo estuve allí. Lo único que pudimos hacer, fue donar sangre para los heridos” (Julio Troxler, película “Operación masacre”).
Sabían que para reinstalar sus privilegios, había que terminar con los derechos de la mayoría a sangre y fuego, e instalaron el terror que les abrió las puertas del golpe de septiembre. “Para la oligarquía, la caída de Perón fue una fiesta. El General Aramburu y el Almirante Rojas. Iniciaron una represión sin cuartel. Con el apoyo de todos los políticos que se decían democráticos, pero que del brazo de la Policía asaltaron los sindicatos obreros. La Iglesia ya nos había condenado. Los intelectuales en su mayoría, escribían libros contra nosotros. La resistencia a la dictadura militar, no demoró en manifestarse, surgió de abajo, especialmente de las fábricas y no tuvo en aquel momento dirigentes, porque los auténticos dirigentes estaban encarcelados o muertos. Primero vinieron las huelgas, después el sabotaje, después los caños que a veces nos estallaban en las manos, al fin la gelignita (explosivo utilizado en canteras, minas y en voladuras bajo agua) y pese a la represión violenta del régimen el peronismo siguió existiendo.
En mayo de 1956, supimos que se preparaba un movimiento militar. Sus jefes eran los generales Valle y Tanco. La resistencia peronista se alineó masivamente detrás del movimiento revolucionario. La proclama se filtraba en los barrios humildes, donde había vuelto a instalarse la miseria; en los lugares de trabajo, donde el obrero volvía a ser humillado y explotado. Valle pensaba que el movimiento militar triunfaría rápidamente. Pidió a los compañeros que no emplearan la violencia innecesaria, ya que el movimiento resultaría un paseo. Nuestro objetivo era reunir a los compañeros, para concurrir a la Plaza de Mayo y pedir la muerte de Perón igual que en octubre de 1945 y excepcionalmente, alguna tarea de sabotaje. La mayoría de nosotros estábamos desarmados, alguno que otro tenía un revolver. Esperábamos la hora en la que nos iban a devolver una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”
(Julio Troxler, película “Operación masacre”).
Los fusilamientos entre el 9 y el 12 de junio del ’56, terminaron con el levantamiento del General Valle y cerraron aquella primera etapa de la Libertadora, destinada sin suerte a domesticar al pueblo. Aquel sábado 9 de junio, un grupo de civiles debía operar en Florida (Vicente López), desde la casa de Hipólito Yrigoyen 4519. Allí se reunieron los Lizaso, Carranza, Garibotti, Brión, Rodríguez y Troxler, con la pelea de Eduardo Lausse sonando en la radio a través de la voz de Fioravanti (en el Luna Park, por el sudamericano de los medianos, el zurdo enfrentó al chileno Loayza).
“Nos llevaron a la Comisaría 2da. de Florida. Al Comisario Pena, yo lo conocía.
– ¿Cómo te va Troxler?

¿Qué dice Comisario? ¿Cómo está?
¿Qué hacés vos por acá?
Fuimos a visitar a unos amigos y nos encontramos con un allanamiento. ¿Pasa algo?
Escuchá (el policía sube el volumen de la radio): ‘Considerando que la situación provocada por elementos perturbadores del orden público, obliga al gobierno provisional a adoptar con serena energía, las medidas adecuadas para asegurar la tranquilidad pública, el presidente de la Nación argentina, decreta: Artículo primero, declárase la vigencia de la Ley Marcial en todo el territorio de la Nación’. ¿Qué pasó? ¿Vos no sabías nada? 
– Yo no.
– (Suena el teléfono y el Comisario responde) Hable. Si…, comprendido. Te piden de la Unidad Regional. Che, a ver si todavía los fusilan.
– No me haga esos chistes Comisario…”.
(Película “Operación masacre”).
La contra revolución comenzó a gestarse en el vapor prisión Washington, anclado en el Puerto de Buenos Aires en 1955. Allí fueron a parar algunos militares peronistas, entre los que estaban los generales Valle y Tanco. Ellos fueron los padres de la conspiración que soñaba con restituir la Constitución de 1949 y libertar a miles de presos políticos.
“- Estábamos desarmados… (le dice Carranza al policía que le toma declaración).
– ¿Peronista? (preguntó el oficial de la bonaerense).
– Tengo 6 hijos (contestó el trabajador ferroviario).
– ¿Peronista Carranza?
– Lo de los chicos…, ¿no lo pone?
– ¿Carranza es peronista?
– Si, soy peronista”
película “Operación masacre”).En el ’56, fueron asesinados generales, coroneles, mayores, tenientes, un cabo músico, un suboficial de maestranza, trabajadores ferroviarios, metalúrgicos, un policía retirado, empleados públicos… Todos hombres indefensos, sin acusación, sin juicio, ni condena…
“- ¿Nombre y apellido? (pregunta el policía).
– Juan Carlos Livraga…, con V corta.
– ¿Edad?
– 24.
– ¿Qué hacía en esa casa?
– Estaba escuchando la pelea.
– ¿Cómo llegó ahí?
– ¿No le dijo Rodríguez? Nos encontramos por casualidad y me dice: ‘¿Vamos a escuchar la pelea?’. Y fui.
– ¿Usted es peronista?
– Oiga, ¿qué me quiere decir con eso? Yo no soy nada. Yo soy hincha de Lausse, nada más.
– Entonces, ¿por qué se ha metido en una revolución?
– A mi no, eh… A mi no me venga con esa. Yo no se nada. Yo nunca estuve en política. Yo nunca estuve en un sindicato. Es la primera vez que piso una Comisaría.
Yo de mi casa al trabajo y del trabajo a… Quiero decir… Yo fui a escuchar la pelea nada más ahí.
– ¿Alguna vez vio esto?
(le muestra un brazalete con las iniciales de ‘Perón Vuelve’).
En mi vida.
– Pero, ¿sabe lo que quiere decir?
– Si.
– ¿Y esto?
(saca un revolver de un cajón de su escritorio).
– Ah, eso no eh…
– ¿De quién es?
– Si no saben ustedes, yo que se…
(película “Operación masacre”).
El socialista Américo Ghioldi publicó en “La Vanguardia”, una frase tristemente célebre, que pintó de cuerpo entero la posición de los aliados políticos del régimen militar: «Se acabó la leche de la clemencia».
“En el interrogatorio en la Comisaría de Florida, nos preguntaban cualquier cosa. En realidad, no sabían ni quiénes éramos. En la Comisaría 2da. de Lanús, ya estaban fusilando. Allí cayeron el Coronel Yrigoyen, los hermanos Ros. 18 militares y civiles en total. Este fue el comienzo de la ola de sangre, que iba a sacudir al país hasta el fusilamiento del General Valle. Pero nosotros no sabíamos nada. No sabíamos siquiera, si habíamos ganado o perdido” (Pedro Troxler,película “Operación masacre”).
En la noche del sábado 9 de junio de 1956, a nueve meses del derrocamiento de Perón, militares y civiles peronistas intentaron recuperar el poder, liderados por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco y el teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno. La rebelión tuvo focos aislados y estalló con relativa intensidad, en Buenos Aires, La Plata y Santa Rosa, La Pampa. El intento fue abortado en pocas horas.
“Estaban así (Troxler recorre el basural de José León Suárez). Este era Carlitos. Carlos Lizaso, tenía 21 años. Trabajaba en una casa de remate con su padre. Militaban juntos y editaban una revista en mimeógrafo, que se llamó ‘El Cabecita’. Aquí estaba Vicente Rodríguez. Trabajaba de estibador en el puerto. Mario Brión. Del rostro de Mario Brión, nunca me podré olvidar. Nicolás Carranza, ferroviario. Desde la caída de Perón hasta su muerte, estuvo prófugo. Garibotti, tenía un solo tiro. Lo di vuelta. Como Carranza, era ferroviario.
Me llamo Julio Troxler. Volví pensando encontrar algún compañero herido. No encontré a nadie. No había nada que hacer. Estaban todos muertos. Me fui. Después supe que no era el único sobreviviente”
(Julio Troxler, película “Operación masacre”).
Todos los focos del levantamiento, ocurrieron entre las 22:00 y las 24:00 del 9 de junio. El gobierno estableció a las 00:32 del 10 de junio, la Ley Marcial, a través de un decreto firmado por Aramburu, Rojas, los ministros de Ejército, Arturo Ossorio Arana, de Marina; Teodoro Hartung; de Aeronáutica, Julio César Krause y de Justicia, Laureano Landaburu. Por lo tanto, se aplicó una ley marcial con retroactividad al delito cometido…
“- Jefatura llama. Atento Unidad Regional. Jefatura llama. Cambio.
– Aquí San Martín, lo escucho La Plata. Cambio.
– Tengo mensaje urgente para el Inspector Rodríguez Moreno. Comprendido. Cambio.
– Ententido, señor. Tomo nota. Cambio.
– Procede el señor jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, Teniente Coronel Fernández Suárez. Texto dice: A esos detenidos de San Martín, los llevamos a un descampado (se corta la comunicación).
– Me repite por favor. Cambio.
– Descampado. Fusilarlos…
– Hola Jefatura. Hola La Plata. Me repite por favor. Cambio.
– F de Francisca, U de Ursula, S de Sara, I de Inés, L de Lucía, A de Alicia, R de Rodolfo, L de Luis, O de Ofelia, S de Sara. Fusilarlos. ¿Comprendido San Martín? Deme comprendido, cambio.
– Comprendido, señor”.

En la madrugada del 10 de junio, entre las 00:02 y las 04:00, asesinaron a los detenidos en Lanús. Horas más tarde, el titular de la policía bonaerense, a cargo del teniente coronel Desiderio Fernández Súarez, le ordenó al jefe de la Regional San Martín, comisario Rodolfo Rodríguez Moreno, que fusilara a los 12 civiles detenidos en Florida, de los cuales 7 lograron huir, pero 5 fueron asesinados. Uno de los sobrevivientes, Juan Carlos Livraga, será el «fusilado que vive» que permitirá a Walsh reconstruir la historia…
“Sobre los cuerpos tendidos en el basural, a la luz de los faros donde hierve el humo acre de la pólvora, flotan algunos gemidos. Un nuevo crepitar de balazos parece concluir con ellos. Pero de pronto Livraga, que sigue inmóvil e inadvertido en el lugar en que cayó, escucha la voz desgarradora de su amigo Rodríguez, que dice:
– ¡Mátenme! ¡No me dejen así! ¡Mátenme!
Y ahora sí, tienen piedad de él y lo ultiman” (Rodolfo Walsh, “Operación Masacre”).
En la Escuela de Mecánica del Ejército, el general Ricardo Arandía consulta telefónicamente a Aramburu, sobre el destino de los detenidos. En Campo de Mayo, el general Juan Carlos Lorio presidió un tribunal que determinó el fusilamiento de los detenidos, pero le pide a Aramburu que su orden quede documentada por escrito.
Entonces el dictador firmó el decreto 10.364, el único documento que quedó con vida de aquella matanza. Sin embargo, no existen registros de esos juicios sumarios y tampoco el informe forense que debió determinar la causa de la muerte de esos militares.
“La pobre gente no muere gritando ‘Viva la patria’, como en las novelas. Muere vomitando de miedo, como Nicolás Carranza, o maldiciendo su abandono, como Bernardino Rodríguez. Sólo un débil mental puede no desear la paz. Pero la paz no es aceptable a cualquier precio. Y siempre habrá en germen nuevos levantamientos, y nuevas olas de insensata revancha” (Rodolfo Walsh, epílogo de la primera edición de “Operación Masacre”, 1957).
El 12 de junio, Valle decidió entregarse a cambio que se detuviera la represión a su movimiento y se le respetara la vida. El capitán de navío Francisco Manrique, fue enviado por Rojas a buscarlo. El General fue trasladado al Regimiento I de Palermo, donde fue juzgado por un tribunal presidido por el general Lorio.
Luego fue enviado a la Penitenciaría Nacional. A las 22:20 lo fusiló un pelotón integrado por militares, cuyos nombres fueron guardados como secreto de Estado. No hubo orden escrita ni decreto de fusilamiento. Ni registro de los responsables.
“Hoy se puede ir ordenadamente de menor a mayor y perfeccionar, a la luz del asesinato, el retrato de la oligarquía dominante. Los militares de junio de 1956, a diferencia de otros que se sublevaron antes y después, fueron fusilados porque pretendieron hablar en nombre del pueblo: más específicamente, del peronismo y la clase trabajadora. Las torturas y asesinatos que precedieron y sucedieron a la masacre de 1956 son episodios característicos, inevitables y no anecdóticos de la lucha de clases en la Argentina. El caso Manchego, el caso Vallese, el asesinato de Méndez, Mussi y Retamar, la muerte de Pampillón, el asesinato de Hilda Guerrero, las diarias sesiones de picana en comisarías de todo el país, la represión brutal de manifestaciones obreras y estudiantiles, las inicuas razzias en villas miseria, son eslabones de una misma cadena. Era inútil en 1957 pedir justicia para las víctimas de la “Operación Masacre”, como resultó inútil en 1958 pedir que se castigara al general Cuaranta por el asesinato de Satanowsky, como es inútil en 1968 reclamar que se sancione a los asesinos de Blajaquis y Zalazar, amparados por el gobierno. Dentro del sistema, no hay justicia.

Otros autores vienen trazando una imagen cada vez más afinada de esa oligarquía, dominante frente a los argentinos, y dominada frente al extranjero. Que esa clase esté temperamentalmente inclinada al asesinato es una connotación importante, que deberá tenerse en cuenta cada vez que se encare la lucha contra ella. No para duplicar sus hazañas, sino para no dejarse conmover por las sagradas ideas, los sagrados principios y, en general, las bellas almas de los verdugos. El saldo de esas 72 horas de junio del 1956 fue tan trágico, como premonitorio: 18 militares y 13 civiles asesinados” (Rodolfo Walsh, epílogo de la tercera edición de “Operación Masacre”, 1969).
10 de junio de 1956. Asesinados en Lanús: Dante Hipólito Lugo, Clemente Braulio Ros, Norberto Ros, Osvaldo Alberto Albedro, Teniente Coronel José Albino Yrigoyen y Capitán Jorge Miguel Costales.
10 de junio de 1956. Asesinados en los basurales de José León Suárez: Carlos Lizaso, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Vicente Rodríguez y Mario Brión.
10 de junio de 1956. Muertos por la represión de la Marina en La Plata: Carlos Irigoyen, Ramón Videla y Rolando Zanetta.
11 y 12 de junio de 1956. Fusilados en La Plata: Teniente Coronel Oscar Lorenzo Cogorno y Subteniente de Reserva Alberto Abadie.
11 de junio de 1956. Fusilados en Campo de Mayo: Coronel Eduardo Cortines, Capitán Néstor Dardo Cano, Coronel Ricardo Salomón Ibazeta, Capitán Eloy Luis Caro, Teniente Primero Jorge Leopoldo Noriega y Teniente Primero Maestro de Banda de la Escuela de Suboficiales Néstor Marcelo Videla.
11 de junio de 1956. Asesinados en la Escuela de Mecánica del Ejército: Suboficial Principal Ernesto Gareca; Suboficial Principal Miguel Angel Paolini; Cabo Músico José Miguel Rodríguez y Sargento Hugo Eladio Quiroga.
11 de junio de 1956. Ametrallado en el Automóvil Club Argentino, murió dos días después en el Hospital Fernández: Miguel Angel Maurino.
11 de junio de 1956. Fusilados en la Penitenciería Nacional: Sargento Ayudante Isauro Costa; Sargento Carpintero Luis Pugnetti y Sargento Músico Luciano Isaías Rojas.
12 de junio de 1956. Fusilado en la Penitenciería Nacional: General de División Juan José Valle.
28 de junio de 1956. Asesinado, simulando suicidio por ahorcamiento en la Divisional de Lanús: Aldo Emil Jofré.
El 13 de junio, cesó la ley marcial. El general Tanco con otros sublevados logró, asilarse en la Embajada de Haití en Buenos Aires, el 14 de junio. Pero el jefe del Servicio de Inteligencia del Estado, general Domingo Quaranta, invadió la delegación para secuestrar y detener a los asilados. El embajador haitiano, Jean Briere, logró salvarlos (Fragmento de «Recuerdos del peronismo», de Gustavo Campana).