El neoliberalismo bajó a América del Sur, cuando Milton Friedman encontró en el golpe que terminó con el gobierno y la vida de Salvador Allende, las condiciones indispensables para radicar por un largo rato, la teoría económica que amasó desde finales de los ’60 en la Universidad de Chicago.
Friedman fue el gran enemigo de la teoría keynesiana. Sentenció que el pleno empleo y el consumo, eran los supremos aceleradores de la inflación. Fue el padre de las privatizaciones, fundamentalista del monetarismo y el libre mercado. Asesor de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Los «Chicago boys» hablaban de la muerte de la industria nacional; la destrucción de derechos políticos, laborales y sociales; la desnacionalización de los recursos estratégicos; la extranjerización del capital nacional y la deuda externa como única tabla de salvación. Medidas que por entonces, no eran aplicables en democracia.
La libertad de mercado, activa automáticamente la división internacional del trabajo. Cuando la política cede ante el poder del dinero, se establecen roles “naturales”, que responden al peso y la talla de los estados. El dueño del crédito, es el propietario de todas las variables económicas; cuando la deuda ocupa el centro del escenario, la conducción del Estado cambia de manos.
El mundo luego de la Segunda Guerra Mundial, acuñó a una generación que se ensambló con los sobrevivientes de viejos sueños y de esa mixtura, resultó un protagonista colectivo que ya no entendería a la paz, divorciada de la justicia. En ese momento, en el patio trasero del imperio que autorizó la Cumbre de Yalta, se mezclaron la resistencia veterana con los nuevos revolucionarios. El socialismo chileno, encendió la primera alarma roja en la Casa Blanca.
El planeta convivía desde 1959 con la Revolución cubana, el Concilio Vaticano II y la encíclica “El progreso de los pueblos”, la independencia de las colonias europeas en Africa, Vietnam y el Mayo francés.
La necesidad de terminar con la amenaza lo antes posible (el símbolo del enemigo en plena guerra fría venciendo en las urnas en 1970), jaqueó al gobierno de la Unidad Popular, apenas terminó el recuento de votos que le dio la presidencia al “senador vitalicio”; al médico que había esperado casi toda su vida, para tomar las riendas del cobre a través de la democracia.
La sociedad Nixon-Kissinger, decidió que el final de la experiencia tenía que ser tan traumático como aleccionadora y acordaron que el futuro tenía que llegar de la mano de la contrarrevolución cultural que impulsaba el neoliberalismo de los Chicago Boys.
En los años ’70, la multiplicación de dictaduras fue una necesidad del capital. Importar productos elaborados y matar la industria nacional, era una jugada que solo se garantizaba con represión al servicio del control social.