Mundial 1978: Vuelta olímpica en «orsai» del país neoliberal

25 de junio. A 44 de la finalización de Argentina ’78, el recuerdo de una historia que pretendió esconder ante el mundo, a un país convertido en campo de concentración para cambiar su matriz económica y entregar su soberanía al neoliberalismo.

Argentina ’78 fue el resultado de 4 décadas cocinadas a fuego lento (1938-1978), coronadas por 2 años de decisiones rápidas y furiosas, tomadas por una banda de asesinos que mató en nombre del poder real. Golpistas de uniforme y de civil, que imaginaron a la Copa como un escenario ideal para intentar lavar culpas y reinventarse.
Antes del 1 de junio del ’78, vivimos 40 años en los que se mixturaron una sucesión interminable de errores, centenares de promesas incumplidas a Cenicienta y compromisos suicidas asumidos ante el establishment del fútbol. Pero en la definición del formato final del proyecto político-deportivo, ya con la sede en el bolsillo desde México ’70, se desató a nivel continental una feroz pelea por la matriz de la distribución de riqueza. Apareció en escena el neoliberalismo y Washington ordenó derechizar los sueños que desde la década del ’60, estaban queriendo entrar al palacio.

Al nuevo formato de lo viejo, al envase reciclado de la derecha tradicional, otra vez la democracia le quedaba demasiado incómoda y entonces se pensó en una inédita multiplicación de dictaduras, para arrasar con la última creación imperial: el estado de bienestar.
Desde fines de la década del ’40, las potencias de occidente anestesiaron a las masas, convirtiendo al capitalismo en proveedor de todo lo necesario para sobrevivir. Un antídoto muy efectivo, para que millones de seres humanos no cruzaran la delgada línea roja, ni pensaran a la izquierda o a algo parecido, como posible tabla de salvación.

A principios de los años ’70, en el mundo sobreviviente de la Segunda Guerra, reinó el duelo a muerte entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Mientras tanto, Washington solo ofreció para América latina represión y control social. Con el Plan Marshall al revés, las potencias occidentales aumentaron la ganancia, pero invirtiendo menos. La transferencia de recursos de las colonias a la Metrópoli, se realizó a través de deuda externa y el modelo de producción nacional, fue reemplazado por la renta financiera.

El Mundial argentino cambió definitivamente de dueños, el 24 marzo del ‘76 y el fútbol se convirtió en la excusa perfecta para jurar que el país ficcional era real y que la palabra oficial, era la única verdad. Las corporaciones de prensa institucionalizaron el negacionismo y por los medios solo se repetía el discurso único. La verdad no estaba en los diarios, ni en la tele o en la radio, por lo tanto tampoco estaba en la calle.

Nadie podía denunciar la existencia de dictadores, desparecidos, centros clandestinos, tortura, ejecuciones, fosas comunes, vuelos de la muerte, robo de bebés… No había permiso para avisar sobre el quebranto del país, ante una sociedad alimentada a importados, “patria financiera”, “plata dulce” y deuda externa.

La organización del Mundial argentino, fue una cuestión de Estado que atravesó tres etapas políticas, pero la historia lo transformó finalmente en huella digital y marca indeleble de la última dictadura. La Copa pasó de la Revolución Argentina (dictadura 1966-1973), a la tercera presidencia de Juan Domingo Perón (1973-1974) y luego cayó en manos de la sociedad Isabel-López Rega (1974-1976). Finalmente fue secuestrada por el Proceso de Reorganización Nacional (dictadura 1976-1983).

Después de la vuelta olímpica, los protagonistas del último capítulo de esta novela, gozaron de una ráfaga del rédito efímero que generó el triunfo deportivo.

Un préstamo de gloria a tasa altísima, que el gobierno de facto soñaba infinito. La Copa no pudo inmortalizar a los hombres de la Junta y con el paso del tiempo, se convirtió en un símbolo perfecto de vergüenza política.

Cuando comenzaron a morir “patria financiera” y “plata dulce”, ningún gol de Kempes alcanzó para frenar el principio del fin. Massera no tuvo la plataforma de lanzamiento que añoraba, para convertirse en el correlato “democrático” del genocidio y no hubo bronce para Videla, ni para el liberalismo económico que representaba Martínez de Hoz.


Para poder entender el valor millonario, en que fue tasada la Copa como botín de guerra de la última dictadura argentina, hay que partir de los orígenes del fenómeno cultural más grande de este punto del planeta: el fútbol. Una pasión popular, que generaciones podemos conjugar con la misma intensidad, en cualquier tiempo de verbo.

Sin fútbol, militares y civiles sabían que no había rédito político. Sin Mundial, nadie podía pensar en intentar legitimar al Proceso desde el deporte, ante la campaña anti-argentina.

Pero a pesar del esfuerzo maquiavélico, la pelota solo le entregó a la dictadura un final soñado con efecto a corto plazo. El festejo en las calles y el resultado del blindaje mediático, operó con el efecto de un somnífero vencido. Con el regreso de la democracia 5 años después, aquella fiesta no le alcanzó al neoliberalismo para comprar, ni siquiera un pedacito de cielo en cómodas cuotas.

El plan del Proceso para falsificar su presente, no se agotaba en el fútbol. Buscaba absorber cualquier competencia internacional (programada o ganada en negociación urgente a cambio de muchos verdes), para contestarle al planeta opositor, que este era un país de paz. 1978 fue escenario del Gran Premio de Fórmula 1 (victoria de Mario Andretti con Lotus), en el Campo de Polo de Palermo se disputó el Mundial de Hockey sobre césped masculino (Videla le entregó la Copa a Pakistán) y después el de Hockey sobre Patines en San Juan (Argentina campeón). En el mundial de clubes con el que inauguró su estadio, Obras Sanitarias perdió por un punto la Copa William Jones ante el Real Madrid y el Luna Park montó dos defensas de la corona de los medianos de Hugo Corro (Ron Harris el 5 de agosto y Rodrigo Valdez, el 11 de noviembre).

En septiembre un cuadrangular de tenis en Obras Sanitarias, con la presencia de Jimmy Connors (por primera vez en Argentina) y Bjorn Borg.

La Bombonera fue escenario de la primera final Intercontinental entre Boca y el Borussia Moenchengladbach (1-1 en la Bombonera) y luego el equipo de Lorenzo, se consagró otra vez campeón de la Libertadores ante el Deportivo Cali (la noche del 4-0, cuando le robaron la capa a la reina de España en los palcos del Camilo Cichero). Y durante el primer semestre del año, se programó la última parte de la serie internacional de la Selección de Menotti.

Todas estas competencias se llevaron a cabo con estado de sitio, desaparición de personas y campos de concentración, intentando mostrar «total normalidad» (tapa de Clarín del 25 de marzo de 1976), donde solo reinaba la muerte. Complicidad entre otros de la FIFA, la Confederación Sudamericana de Fútbol, la FIBA, la Asociación y el Consejo Mundial de Boxeo, la Federación Internacional de Automovilismo, la Federación Internacional de Hockey y el Comité Internacional de Hockey sobre Patines. Silencio de centenares de dirigentes, deportistas, cuerpos técnicos, público y periodistas; de aquí, de allá y de todas partes.

En la misma lista, porque perseguía idénticos fines, podemos sumar al Congreso Internacional del Cáncer que se llevó a cabo en octubre, con 7 mil especialistas; cerca del 50% invitados del exterior.


Cada una de las medidas que se ordenaron desde el poder dictatorial, nacieron para tener crear un clima de “absoluta tranquilidad”, antes y durante competencia.

Desaparición forzada de personas, centros clandestinos de detención, presos políticos y exilio, eran parte del país real que permanecía aplastado por la ficción. La clase media que se aferró al “por algo será” a cambio del “deme dos”, gritó “Dale campeón” hasta quedarse sin voz con banderitas importadas, sin entender la crueldad de la metáfora.

Las “bondades” del mercado y la “generosidad” de los bancos, los habían convertido en adoradores del dólar y los plazos fijos. La avalancha de importados, les regaló “sea monkies” y “paraguas automáticos” y la tablita los subió al avión, para su primer viaje a Miami.

En las mismas plazas, en las que pocos años antes se escuchaba “liberación o dependencia”, en 1978 reinaba el silencio…

El documental “La historia pararela”, cita que Menotti, un viejo afiliado al Partido Comunista, mantenía encuentros secretos en plena preparación mundialista, con viejos compañeros de militancia. Cuenta que el técnico en plena preparación mundialista, salía de la concentración de José C. Paz escondido en un automóvil para charlar con dirigentes del PC: “Tuve muchas (reuniones) en Olivos, en la casa de Florindo Moretti (miembro del comité central del Partido Comunista). Se discutía la lucha armada, todo… Y hay otras cosas que a mí me avalarían en un juicio, para demostrar que yo fui mucho más combativo. Yo tuve gente en mi casa, yo saqué gente de la cárcel”.

Menotti dice que fue orgánico, que respetó las órdenes del Partido Comunista argentino. El PC consideraba en el ’76, que con el golpe del 24 de marzo no había triunfado el sector que ellos denominaban “pinochetista”, o sea el ala más retrógrada de las Fuerzas Armadas. La inteligencia del partido, que se jactaba por entonces de tener muy buena penetración en las tres armas, aseguraba que se trataba de un sector dialoguista, cuyo objetivo era restaurar lo antes posible la vida democrática. Creían que los “halcones” habían sido derrotados por dos supuestas “palomas”: Videla y Viola.

La ambigüedad del primer documento del Partido Comunista después del golpe, quedó documentada en la tibieza del manifiesto: “El PC está convencido de que no ha sido el golpe el método más idóneo para resolver la profunda crisis política, cultural y moral. Nos atendremos a los hechos y a nuestra forma de juzgarlos: su confrontación con las palabras y promesas”.

Esta insólita posición, nació en Moscú y se aferró con uñas y dientes en la Argentina, por lo menos durante los cuatro años del binomio Videla-Martínez de Hoz. Negocios son negocios y el Kremlin no quería romper relaciones con su principal proveedor de trigo. Una alianza que permitió que cada vez que el Consejo de Seguridad amagaracon tratar las violaciones a los derechos humanos en la Argentina, el único voto que rompía la unanimidad, era el soviético.

Cuando la dictadura eligió recomponer su diálogo con Estados Unidos, antes que seguir profundizando la alianza roja, decidió alinearse detrás de Carter, en el boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú (1980).

La dictadura cerraba exportaciones millonarias por debajo de la mesa, con aquellos a los que le apuntaba a través de su mensaje publicitario: “Argentina tierra de paz y de enorme riqueza. Argentina bocado deseado por la subversión internacional, que intentó debilitarla para poder dominarla. Fueron épocas tristes y de vacas flacas. Hasta que dijimos basta. Basta de despojo, de abuso y de vergüenza. Hoy vuelve la paz a nuestra tierra”.

El balance final del EAM declaró gastos por 521.494.931 millones de dólares y 9.642.360 de ingresos. El ejercicio mostró una pérdida de 511.852.571. Pero Juan Aleman (secretario de Hacienda en 1978), marcó que el costo real del Mundial fueron 700 millones.

La diferencia de casi 200 millones, la escondió el equipo del General Merlo, al no contabilizar como gastos originados por la competencia, gran parte de las obras de infraestructura (caminos, hoteles, aeropuertos, televisoras, etc.). Solamente Argentina Televisora Color, costó 70 millones de dólares…

Cuatro años después, España ’82 se realizó 150 millones de dólares.

Como siempre, en 1978 la ganadora fue la FIFA. Según sus números, se vendieron el 82% de las localidades disponibles (en un negocio donde todavía eran más importantes las entradas que los derechos televisivos) y eso representó una recaudación de 35 millones de dólares; 50% más que en Alemania 1974.


Partido final (domingo 25 de junio)
Argentina 3-Holanda 1 (Buenos Aires, River)Por momentos, el partido parecía escapado de un guión cinematográfico. El empate holandés a 9’ del final, la pelota de Resenbrink en el palo en tiempo cumplido, la heroicidad de Kempes en el segundo gol y las atajadas imposibles de Fillol para clausurar su arco; fueron los picos más altos de 120’ con características de película deportiva sobrecargada de épica.
Partido durísimo que Argentina sacó adelante con la mejor cuota fútbol que se le vio en todo el torneo. Colectivamente funcionaron muy equilibradas las tres líneas, pero hubo rendimientos individuales que se transformaron en el techo de las carreras de algunos (Galván y Olguín) y en la gran confirmación planetaria de otros (Fillol, Passarella, Gallego, Kempes y Bertoni). Posiblemente la atajada del Pato a los 27’ del primer tiempo a Rep, haya sido su techo mundialista.
Argentina tuvo funcionamiento pleno, hasta la segunda mitad del complemento; cuando Holanda impuso sus condiciones hasta el minuto 90. El suplementario tuvo otra vez al equipo de Menotti como protagonista, cuando sus volantes ofensivos y sus delanteros, recuperaron la iniciativa en campo europeo.
Argentina: Fillol; Olguín, Luis Galván, Pasarella y Tarantini; Ardiles (Larrosa 66’), Gallego y Kempes; Bertoni, Luque y Ortiz (Houseman 74’). DT: César Luis Menotti.
Holanda: Jongbloed; Jansen (Suurbier 72’), Brandts, Krol y Poortvliet; Willy Van de Kerkhof, Neeskens y Haan; René Van de Kerkhof, Resenbrink y Rep (Naninga ‘58). DT: Ernst Happel.
Goles: Kempes 37’, Naninga 81’, Kempes 103’ y Bertoni 114’.
Arbitro: Sergio Gonella (Italia).

“El día de la final del Mundial, estábamos solos en mi casa con mi marido. Cuando terminó el partido, se descompuso. Era tanta su angustia de ver a la gente festejando, de escuchar las voces y los gritos en la calle, que no lo pudo soportar. Tuvo un infarto. Cuando pedí ayuda, me contestaron que no había médicos que fueran a mi casa. Salí y entre todos los autos que pasaron rumbo al centro, un vecino detuvo a una pick up para llevarlo al hospital. Murió en el trayecto. En ese mismo momento, en la cancha estaban los genocidas festejando, sabiendo que había miles de personas muertas o padeciendo la tortura en centros clandestinos de detención” (Mirta Baravalle Acuña de Baravalle, Madres de Plaza de Mayo).

Los profetas del odio: En la central de la 6º de La Razón del domingo 25 de junio, el diario grita que “La Argentina mostró al mundo rostro noble, alma limpia y corazón abierto” y dice que la copa fue “Una respuesta al desafío de los profetas del odio” (“Los profetas del odio”, título de uno de los libros escritos en el exilio por Juan Domingo Perón).El editorial político-social, comenzaba planteando que “El impresionante estallido de júbilo que erosionó el cuerpo del país en las últimas horas comienza a alimentar las especulaciones de sociólogos, psicólogos y filósofos (tres disciplinas condenadas a muerte o condenadas al exilio, durante la dictadura; que fueron señaladas como un atentado a los valores de la patria). Es lógico que así sea, puesto que en toda manifestación multitudinaria de alegría siempre juegan elementos cambiantes y subyacentes que a veces resulta difícil aprehender. Para el argentino, un pueblo con la sabiduría de sufrir y gozar que ha padecido los golpes de una agresión multiforme, ese plebiscito de alegría bien puede tener el carácter de una respuesta (un plebiscito de alegría en pleno estado de sitio, con la urnas bien guardadas y el opositor masacrado por un genocidio sin precedentes, es una metáfora macabra que festejaba el regreso del voto a través del ¡dale campeón!). La réplica apuntaría a episodios no tan lejanos, cuando una bien orquestada campaña de deformación en el exterior aventuró a decir que los edificios destruidos en la avenida 9 de Julio eran la consecuencia de bombardeos por parte de las Fuerzas Armadas a los estudiantes o bien que las mallas de alambre, ubicadas para seguridad de los automovilistas en el autódromo, no eran sino el perímetro de campos de concentración (negar los centros clandestinos, cuando nadie hablaba de ellos a través de los medios de comunicación, era la confirmación de su existencia). Cabría recordar que a esa feroz campaña se sumaron otros ingredientes capaces de conmover hasta a los más indiferentes. Así por ejemplo, una famosa cantante italiana, muy conocida por el público argentino, tuvo expresiones poco felices en Roma sobre su estada en nuestro país y afortunadamente pocos periodistas del exterior que viajaron para cubrir el Mundial, apelaron a recursos nada éticos para lograr la nota sensacionalista”.
Finalizó La Razón sentenciando, que “El misterioso encuentro de miles de seres, ocurrido en las últimas horas en todo el país, bien puede en este caso romper los esquemas que hacen a un partido o a un campeonato de fútbol. La Argentina necesitaba ganar, pero además necesitaba gritarlo, y lo hizo. Era la mejor forma de expresar que el país esté en pie, que tiene capacidad de recuperación y que sabe dar respuestas y las ha brindado a todos los países del mundo”.
Vuelve en contratapa a jugar con aquel título del Perón proscripto: “Con la fiesta de hoy culmina el campeonato Mundial de Fútbol de 1978. Pese a las voces agoreras de los profetas del odio, que obedecen en muchos casos a una bien orquestada campaña internacional, la Argentina demostró al mundo cuánto es capaz de hacer. Superando las dificultades de una situación económica aún en vías de recuperación, allanando las diferencias que una guerra solapada quiso sembrar en el alma argentina y afirmando la fe en el hombre común, nuestro país hizo honor a la palabra empeñada, llevando a buen término obras y proyectos, y rodeando a lo estrictamente deportivo de calor y humanidad. Los elogios surgieron entonces por doquier. Quienes estuvieron en nuestro país y cotejaron la realidad con las múltiples fantasías que circulan por el mundo, pudieron decir con nuestro himno: ¡Al gran pueblo argentino, salud!”. En página 7 y mezclado con el comentario futbolístico de la final, apareció un suelto (“La rara felicidad”), que buscaba subrayar el nacimiento de una nueva juventud, muy distante de aquella que era la presa de la cacería humana de las tres armas. Un relato de ficción, sin firma que ampara el “por algo será” demonizando a la militancia política: “Diecisiete años. Llegó a la casa con el blue jean roto, los zapatos abiertos en la punta, por donde salía la media rota. La camisa, de la misma tela del pantalón, hecha girones. Lo único que traía en las manos era una bandera argentina, desteñida, arrugada y desflecada… (imágen bélica, simbolizando el regreso de un soldado del campo de batalla). Volvía de River. Ronco, transpirado, con el cabello sobre la frente y le dijo a la madre: ‘Por favor, haceme un par de sándwiches que salgo otra vez, apenas llegue Fernando para buscarme’. Lo único que hizo fue lavarse la cara. Después, apenas sonó el timbre del portero eléctrico, volvió a salir con la misma velocidad con que entró. ‘Me voy a festejar al centro con los muchachos. No me esperés, porque vuelvo tarde… Yo llevo llave, chau’.
Y bajó las escaleras (4 pisos) sin tomar el ascensor. Desde el balcón los padres vieron a su hijo mezclarse entre la multitud al grito de ‘Ar-gen-tina, Ar-gen-tina’. La madre regresó al comedor lagrimeando. ‘Y mirá -le dijo al marido- esto por lo menos es sano, no es política… y lloro porque nunca lo he visto tan feliz”.
La única nota “crítica” que se permitió la publicación, estuvo relacionada con el precio de los pitos… En un pequeño recuadro de página 9, por fin apareció el compromiso periodístico con la verdad, en otra charla imaginaria con eje en la familia: “Papá, que lindo es Kempes y que bien juega”. “Nena, ¡cuánto tiempo hace que ves fútbol como para opinar?”. “Pero papá…, no hace falta tener 40 años para saber que Kempes es lindo y juega bien”. El diálogo en una casa porteña, fue interrumpido inesperadamente por la madre: ‘Quise comprar dos pitos para que los chicos celebren. ¿Sabés cuánto me cuestan? 300 pesos cada uno. Están locos”. (Fragmentos de «Tribunas sin pueblo: Vuelta olímpica en orsai del país neoliberal».